En mi angustia invoqué al Señor; clamé a mi Dios, y él me escuchó desde su
templo; ¡mi clamor llegó a sus oídos! Salmo 18:6
El mes de septiembre quedó marcado para siempre en mí, pues en un mes como
este Dios me sanó de una grave enfermedad. Durante esa prueba, mi vida estuvo al
borde de la muerte y pude comprender muchas cosas que vivo ahora: Disfrutar mi
familia día a día, ser consciente que mi vida está en manos de Dios, que todo
puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos y que hoy estoy bien y mañana quizá
no lo esté.
Esto nunca pasó por mi mente. Ni siquiera consideré que estaría casi cinco
meses fuera de mi trabajo. Mis princesas tampoco se imaginaron jamás que una
operación de colon se convirtiera en una pesadilla al ver a su mamá en una
condición tan crítica por un mes y medio en el hospital, con ocho recaídas que
significaron ocho veces más en el hospital y dos años de recuperación.
Hoy agradezco a mi Dios por sus cuidados. Mis hijas también valoran más a su
mami y testifican que, a pesar de lo traumático que vivieron, saben que Dios me
sanó y cuidó de ellas en esos días sombríos.
Además, pude experimentar el poder de la oración. Así que, debido a la
oportunidad que tengo de escribir este libro, puedo agradecerles a cada uno de
mis oyentes y familiares que alzaron una voz de clamor… ¡Gracias!
Cada prueba que vivas te hace crecer como persona. Maduras y aprendes una
lección de vida. Por eso quiero repetirte la frase que aprendí de mi cuñado, el
pastor Fernando García: «Dios es bueno todo el tiempo, todo el tiempo bueno es
Dios».
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